María Salvaje

Luz Stella Rodríguez Cáceres
3 min readMar 21, 2023

Pocas veces los antropólogos tenemos la oportunidad de revisitar con alguna frecuencia los lugares donde hacemos trabajo de campo. Normalmente nos traemos la foto de la única que vez que fuimos y así congelamos en una imagen fija a la gente y sus historias que continauron en movimiento, andando y creciendo. Y mientras nuevas generaciones retoñaron otras personas desaparecieron o murieron. María Salvaje, el documental de la antropóloga colombiana Sayuri Matsuyama es una de esas raras piezas que va y vuelve al mismo lugar acompañando cambios y retratando permanencias. Por un periodo de ocho años, la antropóloga y documentalista visita a María Angela Montoya, una niña perteneciente a la etnia Amourúa. Los Amorúa fueron nómadas que transitaban entre las llanuras del Vichada por las cuencas del Orinoco y el Meta. Posiblemente para ellos no había una frontera entre Colombia y Venezuela. Desde 1991 ellos cambiaron el deambular por un asentamiento en la reserva del Casanare, en el resguardo de Caño Mochuelo, otros se han ido a las periferias pobres del casco urbano de Puerto Carreño. Es posible imaginar que las haciendas ganaderas se hayan tornado un impedimento real para el nomadismo por las planicies orientales. Y el retrato que Matsuyama presenta es el del choque de estos que continúan nómadas de corazón con la llamada sociedad “racional” y que encara a los Amorúa como "salvajes". Sabemos de la colisión de esos mundos a través de la historia de Maria, una historia que debe repetirse a cada tanto con los niños indígenas de Puerto Carreño.

María está al cuidado de su abuela Matilde que la pudo recuperar después de pasar sus primeros 4 años en un hogar de paso por orden de la oficina de Bienestar Familiar cuando su hermana gemela murió por desnutrición. Matilde hace lo posible por cuidar de sus nietas, intenta que estudien en la escuela de los blancos, que dejen de ser “salvajes”, y que aprendan español para que puedan enfrentar el mundo de los blancos. Pero el amor de Matilde no es suficiente para enfrentar la pobreza, la violencia, el alcoholismo, ni el fantasma de la prostitución que ronda a las niñas indígenas. Imposible no remitirnos a eso quando en meses pasados la opinión pública nacional se escandalizó frente a las denuncias de la prostitución a cambio de comida de las niñas Nukak Maku, otro grupo nomada que se sedentrizó a la fuerza en el departamento del Guaviare. La María del documentario va creciendo y se revelando una mujer indomable, rebelde que se sale de control en medio de ese universo tosco de miseria y abandono estatal que multiplica la exclusión. María de alma libertaria desobedece la abuela, abandona los estudios, se fuga y poco a poco va cometiendo infracciones, burlando pequeñas normas y cayendo en el alcolismo frente a la mirada impávida e impotente de la abuela y de la incómoda cámara de Matsuyama que por veces parece tan invasiva, tan demasiado cerca, tan viceralmente íntima, que perturba. Pero es ahí donde está el punto alto del documental, esa cercanía sirve para incomodar a la sociedad y sus instituciones frente a violencia lenta e invisible que el contacto con los blancos ha imprimido en las vivencias de los indígenas de Colombia y los niños y jóvenes indígenas están en el medio de ese choque brutal.

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Luz Stella Rodríguez Cáceres

Andarilha, In-disciplinada em Antropologia e Geografia. De língua bífida, transito entre o espanhol e o português, com um pé na ficção e outro na paisagem